Jorge Francisco Sambrano
Se encontraban dos amigos muy cercanos en el alba de
una tertulia. Gabriel, joven dedicado a su negocio familiar. Tenía como hábito
diario tomar café en un lugar modesto y poco concurrido. Antonio, algo
extrovertido y carismático no era muy amante del café. Antonio se sentó con su
amigo y empezaron a debatir sobre
cualquier panorama. Los unía una amistad legendaria. En la adolescencia de la
tertulia llega otro joven, algo sonriente y encantador. Gabriel se lo presenta cortésmente
a Antonio pero este, desconocía totalmente quien era el muchacho. De pronto, el
desconocido le pregunta a Gabriel como está el café y éste muy enérgicamente lo
vanagloria y le dice que para él ese café es un elixir de vida. Por su parte
Antonio, quien no era muy amante de la bebida, frunce el seño y lo critica. El joven se sonríe, se
despide y se va muy caballerosamente. Antonio queda algo intrigado por la identidad
de esta persona y le pregunta a su amigo quien era. Gabriel tampoco sabe pero
le respondió que siempre lo saludaba porque cada vez que lo veía, se acercaba
gentilmente a preguntarle cómo estaba el café. Los dos quedaron en las nubes y
ansiosos de saber quién era el joven misterioso. El ocaso del encuentro llega y
cada quien sigue con su rutina.
Llega un nuevo amanecer y como era regular, Gabriel va
al mismo sitio y otra vez llama a su amigo de infancia para que lo acompañara.
El sitio estaba vacío. Para su sorpresa, se repitió la historia con el joven
desconocido. Los saludó, preguntó por el café, se sonrió y se esfumó por arte
de magia. Ambos quedaron en el aire porque no hubo momento para preguntarle la
identidad. La suspicacia los consumió y se trazaron como norte al día siguiente
descubrir quién era ese joven del café.
Llega la esperada mañana y los amigos van al sitio.
Muy emocionados y decididos a saber por fin quien era el joven que siempre le
preguntaba por el café. Para su sorpresa, el modesto sitio estaba cerrado y una
nota de luto empañaba la puerta que rezaba un mensaje muy doloroso: "Hemos
perdido nuestra alma. Somos un cuerpo sin espíritu". Ambos quedaron
perplejos y se fueron muy sentidos y frustrados porque no sabían que había
pasado y no pudieron conocer al joven del café.
De camino a su casa, se encuentran una tranca enorme
cerca de una funeraria. Aquello era apoteósico como si se tratara del funeral
de Juan Pablo ll. La suspicacia atacó de nuevo. Los amigos intrigados, se bajan
del carro y se dirigen hacia el sitio para saber a quién estaban velando.
Entran al salón luego de mucho esfuerzo por la magnitud de gente dolida y entre
llanto que estaba presente. Los dos entraron y pudieron ver el ataúd, para su
sorpresa, era el joven del café que había fallecido. Los dos quedaron atónitos
por lo que vieron. No podían creerlo y las lágrimas brotaron sin invitación. Éstos
salen del lugar con la garganta hecha añicos y se acercan a preguntarle a una
dama que estaba sentada a un rincón, sobre la identidad del difunto joven. Este
le responde con una admiración dolorosa: "Él era quien hacia el mejor café
de la ciudad. Lo cultivaba, cosechaba y elaboraba el mismo. Era su pasión y
amaba lo que hacía. Nadie podrá llenar su ausencia"
La moraleja es cuestión de cada percepción individual.
Lo Único que si es un norte para reflexionar es la admiración y lugar que se le
da a aquellos que hacen pequeños detalles de cambio por vocación, constancia y
devoción, por más desconocidos que sean. Existen héroes que realmente no usan
capa y estrellas, que no salen en revistas. Ellos viven entre nosotros. No
esperemos que llegue la ausencia para homenajear la presencia porque, llegará
la hora de tomar un café en distintas circunstancias.
@JorgeFSambrano
#RendirseNoEsUnaOpcion
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